1956-1980
Don Arturo Arnaiz y Freg nació en la ciudad de México en 1915. Fue el hijo mayor del maestro de deportistas Rosendo Arnáiz. Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria. Se Abstuvo de asistir a la Escuela Nacional de Medicina en vísperas de ser médico. Fue alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de 1936 a1942. Veinte años después se licenció en Economía. Durante medio siglo fue aprendiz de todo e investigador y maestro de historia, trotamundos, periodista y asesor oficial.
Impartió clases a miles de alumnos en cientos de aulas de educación preparatoria y universitaria. Regó sin plan donde quiera, luces sobre la historia de México, anécdotas chuscas sobre los personajes más emperifollados de nuestra vida nacional, palabras rotundas sobre las tareas del historiador, atisbos inteligentes sobre todas las cosas y algunas más. Dio con generosidad y donaire multitud de cursos en El Colegio de México, en la UNAM y el ITAM y abundantísimas conferencias ente auditorios convulsos de risa, de México y los Estados Unidos. Fue distinguido pedagogo en cursos ordinarios, conferencias públicas, charlas de café y comentarios por televisión.
Una gran parte de su obra ha quedado grabada en el recuerdo de sus alumnos. Numerosos boletines anónimos y artículos públicos en Excelsior y demás receptáculos de noticias diaria yacen en las tumbas de las hemerotecas. Es más accesible un manojo de artículos de revistas, largos y profundos sobre dos personajes sobresalientes de la ciencia novohispana (Fausto de Elhuyar y Andrés del Río), dos máximos pensadores de la recién nacida República Mexicana (José María Luis Mora y Lucas Alamán), dos presidentes de México epónimos de numerosos sitios públicos (Benito Juárez y Francisco Madero) y dos figuras extraordinarias de la literatura: Justo Sierra y Ramón López Velarde). Hizo una Síntesis Histórica de México que de no haber sido trilingüe e ilustrada con fotos habría hecho un volumen de sólo veintidós páginas. Don Arturo Arnaiz y Freg fue pionero de la historia de la ciencia, de las ideas, del quehacer político y de las historias mínimas de México.
Aunque alguna vez dijo: “Vivir fuera de la ciudad de México es vivir en el error” fue un distinguido turista que escribió muchas cartas sobre sus experiencias intelectuales en varias urbes de los Estados Unidos, en especial las texanas de Austin y San Antonio, la triada inglesa de Eton, Oxford y Cambridge; las capitales de Europa Continental; LAS RUINOSAS Karnak, Luxor y el Valle de los Reyes y las tumultosas Damasco, El Cairo, Nueva Delhi, Hong Kong, Tokio y otras de Asia y África, y por supuesto, las ciudades de Hispanoamérica. “Aviones, trenes y barcos” lo llevaron a todas partes donde esparció el conocimiento de sus país en tres lenguas. Con júbilo, hizo trizas la imagen del investigador sedente.
Fue miembro de la generación conocida con el nombre de neocientífica. Al contrario de la mayoría de los neocientíficos no tuvo empacho en ejercer un par de puestos públicos. Tampoco fue ascético, que sí miembro asiduo del Deportivo Chapultepec y visitante frecuente de Acapulco y otros balnearios, así como gourmet de los célebres restaurantes del mundo. El gremio suscitó muchos odios y envidias y pocas admiraciones. Fuera del ámbito de las hormigas acarreadoras de papeles de la tumba de los archivos a la tumba de las bibliotecas fue muy apreciado. Su oratoria de mucho brillo y trueno le ganó a aplausos y simpatías.
Cumplía 60 años cuando se le empezó a cerrar el mundo. Murió en 1980. Poco antes había donado su biblioteca de 35 mil volúmenes a la Secretaria de Hacienda y Crédito Público para enriquecer la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, y su breve colección de pinturas célebres, dada al Museo Nacional de Arte. Por 25 años ocupó el sillón 13 de esta Academia. A lo largo de medio siglo tomó apuntes sobre las vidas públicas, privada y secreta de los intelectuales mexicanos. En la reconstrucción de la cultura mexicana del siglo XX, el vasto archivo de don Arturo es fundamental.
Luis González y González