Emeterio Valverde Y Téllez

1930-1948

Originario de la Villa de Santa María de la Peña de Francia, ahora llamada Villa del Carbón, en el Estado de México, donde nació el 1 de marzo de 1864. El cura párroco don José María Macías le consiguió una beca para que pudiera estudiar en el Colegio Clerical de San José, en México, en 1876, es decir, a los doce años. En ese seminario pasó 15 años, primero como alumno y después como profesor. En efecto, muy joven aún, a los 18 años de edad, en 1882, se le encomendó la cátedra de latín y luego la de filosofía, que tendría de los 21 a los 26, esto es, de 1885 a 1890. Es ordenado sacerdote por el obispo Labastida en 1887. Sigue siendo profesor en el seminario hasta que en 1890 se le nombra párroco de Santa Fe, de la ciudad de México. Fue además párroco de Tlalmanalco (1891-1895), Zinacantepec (1895) y San José en la capital mexicana (1896), y en 1897 canónigo prebendado en el Cabildo de la Catedral de México. Ese año fue consultor del V Concilio provincial mexicano. En 1905 viaja a Roma y a Palestina y a su regreso es llamado a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Y el 7 de agosto de 1909 es nombrado obispo de León. Ya desde que era profesor en el seminario había comenzado su labor de escritor, que nunca suspendió, ni de párroco ni de obispo. Fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia en 1930.

En 1920 inicia la construcción del monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete. Viene la llamada «Guerra Cristera», que muchos ven como respuesta a una persecución religiosa desatada por el presidente Calles. Valverde fue nombrado por el episcopado mexicano su representante ante la Santa Sede, para explicar el porqué de esa respuesta del pueblo de México. Allá va en 1926, y reside en Roma en el Colegio Pío Latino. En 1928 es dinamitado el mencionado monumento a Cristo Rey que el obispo había construido. Ese año y el siguiente radica en Barcelona, ya que en 1929 termina el conflicto religioso en México. Publica allí algunas obras en las que defiende al episcopado mexicano en su lucha contra la persecución. Vuelve a su patria y, continúa escribiendo. En 1946 la hemiplejia lo deja casi paralítico, y muere de esa enfermedad en 1948.

Su producción bibliográfica es muy grande. Comprende numerosos discursos, cartas pastorales y edictos. Obras de piedad y poemas. Entre sus escritos de historia sobresalen las Apuntaciones históricas sobre la filosofía en México (México: Herrero Hnos., 1986), la Crítica Filosófica o estudio bibliográfico y crítico (México: Imp. Díaz de León, 1904), la Bibliografía filosófica mexicana (2 vols., León: Imp. de Jesús Rodríguez, 1907, 2a. ed. 1913-1914), La Iglesia y la civilización en México, (con el seudónimo H. Valté, Barcelona: Isart Durán Eds., 1928) y la Biobibliografía eclesiástica mexicana (1821-1943) (3 vols. México: Ed. Jus, 1949).

Los escritos de Monseñor Valverde fueron pioneros en la historiografía filosófica de México. Han sido fuente obligada para las subsiguientes bibliografías e historias que se han hecho de la filosofía mexicana, desde la época de la Colonia. En cuanto a su exposición histórica de esta disciplina, ha mostrado tal vez un matiz apologético con respecto a la escolástica, que ha sido el pensamiento oficial de la Iglesia católica, pero sin perder la objetividad y la valoración ponderada de otras corrientes filosóficas que se han cultivado en México en alguna de las épocas de su historia cultural. De todas ellas manifiesta un conocimiento muy aceptable y ha dejado registrados los textos principales que sus propugnadores produjeron en nuestro país.

De importancia singular son sus obras historiográficas sobre la filosofía en México. Ciertamente favorece mucho a la filosofía cristiana, principalmente a la escolástica. Cree que, en las formas que ha revestido a lo largo de la historia de nuestro país, lo ha beneficiado, por ser el pensamiento que contiene la verdad perenne, ajena a las otras modas filosóficas, aunque en diálogo con todos los pensamientos y sin solapar los defectos en los que ha caído la escolástica misma. Encuentra este pensamiento filosófico en la Colonia y en la neoescolástica del siglo XIX. En cuanto a los tres siglos coloniales, la ve en la universidad y en los colegios que varias órdenes religiosas tuvieron. Estas instituciones dieron a los indígenas y a los hispanos la cosmovisión cristiana que moldeó la cultura patria. La universidad conoció épocas de esplendor y de notoria decadencia, pero hizo un aceptable papel en la educación mexicana.

Los colegios seguían el tipo de pensamiento que imperaba en cada orden. Así, en los colegios franciscanos se enseñaba la doctrina de Juan Duns Escoto, en los colegios dominicos, mercedarios y Agustín la tomista, y los colegios jesuitas tenían como autoridad a Francisco Suárez. Hubo enconados pleitos entre las distintas escuelas, que Valverde considera importantes, ya que hacían profundizar y avanzar el pensamiento por medio de la acerba crítica que estos filósofos se hacían unos a otros. En la misma universidad se dejó sentir esa polémica entre escuelas, ya que había varias cátedras en las que se exponían diversos autores, según la preferencia del profesor que la tenía en propiedad, aunque predominaba el tomismo. Los franciscanos y los jesuitas participaron poco en la universidad, pero desde sus colegios estimulaban la discusión con los profesores universitarios y los hacían pulir sus argumentaciones. Todo esto lo considera altamente positivo el obispo de León.

Por otra parte, Valverde elogia la promoción que hizo la Iglesia de la imprenta y las bibliotecas, y considera que fueron labores de misioneros del saber, así como hubo misioneros de la evangelización.

El trabajo de Valverde es de pionero; por eso, a pesar de algunos defectos naturales que pueda tener, abrió el camino con inapreciables informaciones bibliográficas, biográficas y doctrinales de los filósofos que trató, y se ha constituido como un clásico de la historiografía filosófica mexicana.

Mauricio Beuchot.