Francisco Plancarte y Navarrete

1919‑1920

Este destacado académico, ilustre prelado y arqueólogo eminente, nació en Zamora, Michoacán el 21 de octubre de 1856. El Ilmo. Antonio Plancarte y Labastida, su tío, le dio educación esmerada; fomentó su vocación para el sacerdocio y logró enviarle a Europa a realizar la carrera eclesiástica.

El 18 de agosto de 1870 se matriculó en el Colegio Pío Latino Americano, de Roma, donde fue muy buen estudiante y obtuvo, además de magníficas notas, frecuentes premios y medallas. En diciembre de 1880 fue ordenado sacerdote por el cardenal La Valleta, de Mónaco. Aprendió latín, griego, hebreo, inglés, francés e italiano y su excelente preparación humanística culminó con el doctorado en teología, filosofía y cánones.

Recién recibió las borlas doctorales, tuvo la oportunidad de viajar a Tierra Santa, con su tío. Este viaje, realizado en 1883, comprendió visitas a Egipto y Grecia. Pudo entonces el joven Plancarte ampliar sus conocimientos de arqueología, ciencia por la cual se había sentido inclinado desde su adolescencia. En ese mismo año regresó a México, donde dirigió el Colegio de San Luis, de Jacona. Cuatro años más tarde, en 1887, le fue encomendada la vicerrectoría del Colegio de San Joaquín Coacalco; en las cercanías de Naucalpan. Al ser clausurado este plantel tuvo a su cargo, aunque temporalmente, el curato de Tacubaya. A partir de 1891, fue catedrático del Seminario de México.

Para ese tiempo había progresado notablemente en sus estudios sobre arqueología y enriquecido la colección de más de dos mil piezas prehispánicas que había logrado reunir desde su juventud. Esta valiosa colección fue adquirida por el Museo Nacional de Historia, conservando su nombre. Nuevamente viajó a Europa como miembro de la delegación que presidida por Francisco del Paso y Tronocoso, concurrió a las celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento de América. Su colección fue exhibida con gran éxito en el Pabellón de México de la Exposición de Madrid. El padre Plancarte fue condecorado entonces con la Cruz de Isabel la Católica.

Comisionado en 1894 por el arzobispado de México, volvió a Roma, a fin de intervenir ante la Santa Sede para la obtención del nuevo oficio litúrgico de la Virgen de Guadalupe y para gestionar la erección de dos nuevas diócesis: las de Cuernavaca y Campeche.

A su retorno a México encontró la designación hecha a su favor como primer obispo de la última de estas diócesis. Su consagración se efectuó en Roma el 16 de febrero de 1896, en la capilla del Pío Latino. Durante su gobierno eclesiástico, además de importantes obras de carácter social, fundó en Campeche el Colegio de San Francisco.

Promovido al obispado de Cuernavaca, tomó posesión en febrero de 1899. Como segundo obispo de esa diócesis, convirtió en catedral el antiguo convento franciscano, reconstruyéndolo y adoptándolo para este propósito. Estableció, además, los colegios de Santa Inés y de Santa Cecilia. Abrió al público su magnífica biblioteca particular, y en la planta baja del palacio episcopal, instaló juegos de recreo para jóvenes y una sala de conferencias. Fundó también, en 1909, el Seminario Diocesano. Al inicio de su gobierno, en 1899, había asistido en Roma al Concilio Plenario Latino Americano, del cual fue relator.

Así en Campeche como en Cuernavaca tuvo ocasión de profundizar sus conocimientos sobre arqueología. Logró, por otra parte, integrar una segunda «Colección Plancarte» que exhibió en su palacio de Cuernavaca; así corno otra muy valiosa de ornamentos religiosos, pinturas y piezas litúrgicas.

A fines de 1911 fue preconizado cuarto arzobispo de Linares, con sede en Monterrey, a donde llegó el 5 de mayo de 1912. Las turbulencias que vivía el país con motivo de la Revolución imposibilitaron, sin embargo, su labor. Esta circunstancia y la de una seria enfermedad, apenas si le permitieron dar algún impulso al Seminario y a los colegios católicos; modificar la división territorial y publicar el Boletín Eclesiástico. Haciéndose difícil su permanencia en Monterrey partió a México y, precisado a dejar el país, salió a La Habana y de allí a los Estados Unidos. Estuvo temporalmente en El Paso, Texas, pero luego fijó su residencia en Chicago donde permaneció hasta 1919. Fue entonces cuando pudo volver a Monterrey pero, tan agotado y enfermo que murió en esta ciudad el primero de julio de 1920. Fue sepultado en la sacristía de la Catedral y trasladado en 1967 a la cripta de los obispos, bajo el altar mayor.

Su vocación innata por los estudios arqueológicos, no obstante ser un autodidacta, llegaron a convertirle en una autoridad en la materia. En 1897 publicó en los Anales del Museo una relación de sus investigaciones realizadas hasta entonces. Fue autor de importantes trabajos, tales como sus Apuntes para la geografía del estado de México, (1909) y Tamoanchán. El estado de Morelos y el principio de la civilización en México, (1911). Pero su obra más notable es su Prehistoria de México, escrita durante su larga estancia en Chicago y publicada en 1923.

La Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid, le admitió en su seno señalándole el sitial número 2, justo en el año en que fue fundada la institución; pero que lamentablemente ocupó un sólo año, a causa de su fallecimiento.

Israel Cavazos Garza.