Francisco Sosa Castilla

1848-1925

Nacido en la ciudad de Campeche en el seno de la familia de don Domingo Sosa y doña Petronina Castilla, muy pequeño se trasladó a la ciudad de Mérida. En esta ciudad hizo todos sus estudios en un amplio espectro de materias: latinidad, filosofía y jurisprudencia, pero su vocación lo inclinó hacia el periodismo, las letras y la historia.

Durante los años de 1864 a 1869 publicó sus primeros trabajos periodísticos en Mérida y un Manual de biografía yucateca. Fundó la Revista de Mérida, en donde escribió artículos contra el gobierno local que le produjeron persecuciones e ir a dar con sus huesos en el Castillo de San Juan de Ulúa. Liberado, decidió trasladarse a la ciudad de México, adonde iba a vivir toda su vida en Coyoacán. En México colaboró en varias revistas, entre ellas la establecida por Ignacio M. Altamirano, El Renacimiento. También publicó en diarios del estado de Veracruz y más tarde en diarios de la República Argentina y del Perú.

Adscrito al Partido Liberal, en 1873 fundó con el general Vicente Riva Palacio el periódico El Radical. Esta empresa se involucró en las discordias políticas de la época. Desde el periódico La Libertad, en 1876, apoyó la candidatura de José María Iglesias a la presidencia, en contra de la reelección de Sebastián Lerdo de Tejada. Su lealtad a Iglesias lo llevó a acompañarlo a Guanajuato al triunfo de la revolución de Tuxtepec y del general Porfirio Díaz.

La política de conciliación que implantaría Díaz una vez en el poder, terminaría por convertirlo en porfirista convencido. Ocupó algunos cargos dentro del Ministerio de Fomento y en 1909 sustituyó a José María Vigil como director de la Biblioteca Nacional, adonde permaneció hasta que don Francisco 1. Madero le pidió su renuncia. También fue electo como diputado federal y senador por el estado de Guerrero de 1906 a 1914.

Formó parte de la delegación mexicana que asistió a las conmemoraciones por el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América que se celebraron en España, donde fue invitado a pertenecer a la Real Academia de la Historia. Otras asociaciones lo invitaron como miembro, entre ellas la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Unión Iberoamericana y, desde luego, la Academia Mexicana de la Historia.

De acuerdo a los aires del tiempo en que se formó, puede considerarse positivista. Promotor y editor de obras históricas desde su puesto en el Ministerio de Fomento, editó la Historia Antigua y de la Conquista de México de don Manuel Orozco y Berra, para la cual escribió un erudito prólogo.

Tuvo especial gusto por la biografía, línea en la que dejaría su huella. En su Episcopado Mexicano (1877), hizo un esfuerzo por ser imparcial al escribir sobre los arzobispos de México, mereciendo el aplauso de conservadores y eclesiásticos. También publicó sus Efemérides históricas y biográficas (1883), Biografías de mexicanos distinguidos 1884 y Escritores y poetas sudamericanos (1900).

La vuelta del siglo lo centró más en su tarea de escritor y su obra tomó un tono más profesional. Con motivo del libro de Genaro García, Carácter de la Conquista Española en América y en México (1901), emprendió una polémica en sus estudios En defensa propia y Conquistadores antiguos y modernos, en donde combatía la Leyenda Negra, tan en boga por entonces. Sostenía un punto de vista equilibrado que, sin ocultar los excesos de la conquista, buscaba incluir los rasgos positivos del evento. Al tiempo que combatía el antihispanismo simplista, emprendió la defensa de la mexicanidad frente a los Estados Unidos.

El gusto por el arte lo condujo a escribir sobre los monumentos históricos en tres obras: El monumento de Colón (1877) y Apuntamiento para la historia del monumento a Cuauhtémoc (1877) y Las estatuas de la Re. forma (1890). Entre sus obras también están El Himno Nacional Mexicano. Noticias históricas (1889), Los contemporáneos (1888) y Recuerdos (1888). La muerte lo sorprendió en Coyoacán el 9 de febrero de 1925.

Josefina Zoraida Vázquez