1942-1968
Nació en Morelia, Michoacán, en 1898. A los quince años de edad fue cedido a la Compañía de Jesús. Durante una década de destierro anduvo de estudiante en Los Gatos, California; en Gandía y Sarriá, España; en San Salvador, Centro América y en Woodstock College, en la Facultad de Teología de la Universidad de Georgetown, donde recibió los títulos de sacerdote y doctor. En St. Andrew-Hudson hizo los estudios adicionales que lo convirtieron en militante de San Ignacio y de Clío a carta cabal.
Se inició en las lides académicas como maestro de teología y teodicea e Historia Eclesiástica en el Seminario Mexicano de Montezuma. En el decenio de los treinta enseñó Historia e inglés en los colegios jesuíticos de Guadalajara y Puebla. En el Instituto de Ciencias impartió cursos de Historia Universal y de México hasta 1942. La mayoría de sus alumnos lo encontró seco y tedioso, pero a dos o tres nos atrajo su verbo exacto y su espíritu de veracidad. Cada una de sus clases era la glosa de un cuadro sinóptico escrito previamente en la pizarra. Hacia 1943 se instaló en la ciudad de México. Fue catedrático de aquel Centro Cultural que más tarde se llamaría Universidad Iberoamericana.
En un tiempo en que aún predominaban las historias de tema político y militar, él escribió acerca de asuntos económicos, sociales y de cultura. Fue un apóstol de la historia global. Cuando todavía Clío era un instrumento al servicio de los grupos políticos, Bravo Ugarte intentó con éxito hacerla libre de prejuicios políticos, sin amores ni odios. Entre 1941 y 1959 publicó una Historia de México en cuatro volúmenes de difícil lectura, poco narrativa y muy informativa. Fue una breve y pletórica enciclopedia de la nación mexicana. Pronto se convirtió en un libro de consulta preciso y veraz. El multieditado Compendio de historia de México sigue en uso en algunas escuelas católicas pese a ser poco ameno. En 1962 culminó sus historias globales con la Historia suscinta de Michoacán en tres volúmenes.
El jesuita Bravo Ugarte fue compelido a escribir sobre temas religiosos, sobre Cuestiones históricas guadalupanas (1946); Diócesis y obispos de la Iglesia Mexicana (1941); Luis Felipe Neri Alfaro (1966), y Munguía, obispo y arzobispo de Michoacán (1967). También salieron de su pluma: La educación en México (1965), Periodistas y periódicos mexicanos (1966); La ciencia en México (1967); Efraín González Luna, abogado, humanista, político, católico (1967), e Instituciones políticas de la Nueva España (1967). Escribió capítulos de diversas obras colectivas, notas biográficas e históricas para el Diccionario Porrúa y otros ‘ textos de consulta publicados en las Memorias de esta Academia, en Ábside, Historia Mexicana, etcétera.
En 1942, a raíz de la muerte de don Carlos Pereyra, don José Bravo Ugarte vino a ocupar, por veintiséis años, el sillón número 23 de la Academia Mexicana de la Historia. A partir de entonces fue llamado a pertenecer a la Sociedad de Ciencias Históricas de Nuevo León, The Academy of Franciscan History de Washington y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. Muchos vanidosos auto promotores han llegado a reunir un número mucho mayor de membresías, pero muy pocos humildes han conseguido gozar de la fama que tuvo «Hilachitas», el siempre mal vestido padre Bravo, cuya mansedumbre fue proverbial.
Aquel silencioso sacerdote e historiador se mantuvo al margen de las tentaciones más comunes de las muchas que suelen intranquilizar a religiosos y sabios. Vivió dignamente la sumisión, la pobreza y la humildad. Su vida fue oscura, en blanco y negro, nada pintoresca, igual que su labor historiográfica. Huyó de lo pintoresco, pero se ancló firmemente en lo básico. Sus obras, al contrario de lo que pasa con la mayoría de los textos históricos, tienen poca semejanza con los ríos. La vida misma del autor fue poco fluvial. Su muerte, acaecida en 1968, en nada se asemejó al chorro que cae, transcurrió sin ruido.
Luis González y González.