José Cornejo Franco

1945-1977

Era innata en 61 su bibliofilia. Quienes le conocieron aseguran que «desde niño contrajo cercano parentesco con los libro?. Para las postrimerías de su vida había logrado formar «una de las mejores bibliotecas particulares del país».

Nacido en Tepatitlán el 9 de diciembre de 1900, el maestro Cornejo Franco abrevó las primicias culturales en el Colegio López Cotilla. El Instituto San José le tuvo entre sus alumnos y había sido, además, estudiante muy aventajado en la Escuela Preparatoria de Jalisco. Ello no obstante, 61 mismo se consideré un autodidacta, formado en la lectura metódica y continuada.

Fue bibliotecario por vocación. En la Preparatoria tuvo a su cargo la biblioteca del plantel (1920-1922). Años más tarde dirigió la Biblioteca Pública del Estado (1930-1931). Estos centros de estudio eran entonces, según su opinión, «museos bibliográficos en harto desorden, frecuentemente en manos de cretinos, cuando no de bibliopiratas». Nuevamente habría de ser llamado a dirigir la Biblioteca Pública, en 1949; esta vez para servirla fielmente hasta su muerte. Fue también director del Instituto de Bibliotecas de la Universidad de Guadalajara.

Su semblante irradiaba alegría al mostrar a visitantes y amigos la excepcional riqueza de «su» Biblioteca. Parecía remirarse en las colecciones de libros y de folletería procedentes de seminarios y conventos. Gozaba al mostrar las ediciones raras. Deshacíase en elogios para las encuadernaciones, los grabados, los cantos, las guardas, las capitulares, etcétera. Devotamente acariciaba cada volumen y «con sus manos de abad renacentista .según las describe el cronista Juan López Jiménez- abría las hojas con cuidado de oftalmólogo».

Sentado en su viejo sillón, se mostró siempre celoso para evitar posibles saqueos o mutilaciones, aún del investigador más eminente. Puso siempre particular empeño en facilitar el servicio al público. Pionero de estas disciplinas en nuestro país, sentó bases y señaló rumbos. Se mantuvo al día en las innovaciones sobre la materia. Concurrió a las ferias del libro y asistió a los más relevantes eventos bibliográficos. Invitado por el gobierno norteamericano recorrió alguna vez las más importantes bibliotecas de los Estados Unidos.

Hombre de vasta cultura general tenía a flor de labio la respuesta y orientación adecuadas. Quienes estuvieron más cerca de él coinciden en que era «consultado como un libro abierto» o como un «catálogo viviente». Puso particular interés en organizar la hemeroteca y supo fomentar y enriquecer la sección de manuscritos. Logró hacer de ese centro de estudio uno de los más importantes de provincia. Su entrega absoluta por casi cuatro décadas al quehacer bibliográfico, hizo de él y de la biblioteca «una sola institución».

Si la del bibliotecario fue una de sus facetas más notables, no lo fue menos como literato. Los libros ensancharon el horizonte de su conocimiento y le hicieron humanista de raigambre profunda. Al ser presentado en su juventud a Amado Nervo, el bardo nayarita tuvo elogios para el joven estudiante. «Lector omnívoro» tuvo evidente gusto por el helenismo. Se nutrió en los clásicos griegos y latinos y en los genios de la literatura española y mexicana.

Destacó en la Sociedad Literaria «Enrique González Martínez» y en el grupo «Sin Número y Sin Nombre». Figuró también en los grupos Ariel e índice y en otras muchas peñas literarias. De joven escribió en Bohemia y después en Bandera de Provincias y en Ecos. Prologó libros, analizó las obras de Balbuena y de Mota Padilla y redactó un ensayo sobre «La literatura en Jalisco». Fue además buen lingüista y agradable conversador, serio e impecable en los asuntos graves; ingenioso, festivo y hasta hiriente en los informales. «El es una perpetua tertulia» -dice Agustín Yañez. Hacía honor a su segundo apellido. Solía decir las verdades se tratara de quien se tratara. Se rió de los ineptos y satirizó a los pedantes, sujetándolos a su Merrumbadora ironía».

Fue un legítimo humanista y tuvo predilección por la historia, que cultivó desde su adolescencia. Escribió abundantes artículos, ensayos y reseñas en la Gaceta Municipal, en Revista de Revistas y en otras publicaciones. Su ensayo sobre “La imprenta en Jalisco” su estudio sobre “Jalisco desde la Independencia a la Reforma” y otros, le fueron muy elogiados. Publicó y analizó documentos fundamentales del pasado jalisciense en Testimonios de Guadalajara y en Papeles tapatíos y editó antiguas crónicas de Antonio Tello, Alonso de Molina, Antonio Alcalde, Miguel Nájera, Miguel Naranjo y otros, precediéndolas de eruditos prólogos y anotaciones.

Pero el filón más rico de su investigación histórica es el que consagró a Guadalajara. En 1938 vio la luz pública su libro Guadalajara colonial, con una segunda edición en 1970. Siete años más tarde, en 1945, dio a la estampa su bella obra: La calle de San Francisco, en la que se revela como un auténtico cronista. Otro de sus libros: Reseña de la Catedral de Guadalajara, fue editado en 1960 y aunque afirma haberlo escrito «con algo de beatería y algo de chismografía», aflora claramente en sus páginas otra de sus facetas: la del estudioso y conocedor profundo del arte. Sobre este aspecto, en 1946 había publicado su estudio: Guadalajara, en la Serie: Monografías Mexicanas de Arte /7.

Por su calidad como escritor fue admitido en la Academia Mexicana de la Lengua. Por su estatura como historiador, fue llamado a ocupar el sitial número 21 de la Academia Mexicana de la Historia, Correspondiente de la de Madrid.

Su pasión por el estudio, su sensibilidad, sus vastos conocimientos enciclopédicos y su sólida formación cultural, fueron factores para que ostentara otro título, el más honroso de todos: el de maestro. Y lo fue, primero, porque sus amigos, sus alumnos y el pueblo mismo le llamaron invariablemente: el maestro Cornejo Franco. Después, porque por largos años fue catedrático de la Escuela Preparatoria y de la Normal de Jalisco; de los colegios Internacional e Italiano y de la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara. Enseñó dentro y fuera del aula. Fue maestro en el Museo donde, como subdirector, resolvió consultas y orientó inquietudes; en la Biblioteca señalando el libro adecuado. Lo fue en su conversación y en la tertulia y lo fue en su casa, «palacio de la amistad y del saber».

Nunca le ensoberbeció el auto conocimiento de su valer, ni le envanecieron los honores recibidos. Gustaba estar pendiente de las adversidades de los demás. Así lo puntualiza el poeta Ramón Mata Torres:

Luz que más allá de ti da vida a extraños horizontes, rama de fruta sazonada siempre pendiente hacia el patio de la casa vecina.

Fue -expresa Francisco Ayón Zéster- humano, profundamente humano y justo, cabalmente justo».

El 26 de diciembre de 1977 murió quien -al decir de Agustín Yáñez fue «clave y resumen de Guadalajara».

Israel Cavazos Garza.