José Ignacio Dávila Garibi

1937-1981

Don José Ignacio nació el 22 de junio de 1888 en Guadalajara, en el seno de la familia católica y tapatía formada por don Ignacio Dávila Cabrera, fabricante de vinos y licores y doña Elena Garibi. Sus primeros estudios, que incluyeron el aprendizaje del francés, los realizó con maestros particulares. Más tarde fue inscrito en colegios católicos como el Colegio Marista de su ciudad natal, en cuya revista El Memorial publicó sus primeros ensayos de historia religiosa en 1904. Prosiguió después sus estudios en el Liceo de Varones y en el Instituto San José de los jesuitas, de donde pasó a la Escuela Libre de Jurisprudencia. En 1916 obtenía su título de abogado, al tiempo que se casaba con María González e ingresaba en la Junta Auxiliar Jalisciense de la Sociedad de Geografía y Estadística en donde fungió como secretario.

Durante trece años alternó el ejercicio de la abogacía con el trabajo de Archivo y la docencia. Como maestro enseñó cursos en escuelas de educación medía y superior. Pero sus intereses en la historia que ya eran evidentes, tendrían una gran oportunidad con el encargo que le haría en 1921 el Arzobispo Francisco Orozco de recolectar noticias históricas sobre la Arquidiócesis de Guadalajara. Para cumplir con el encargo viajó a Europa y se instaló un año en el Archivo Secreto Vaticano y en el Archivo de Indias. De esas investigaciones resultó la Colección de documentos históricos inéditos o muy raros, referentes al Arzobispado de Guadalajara (1922-1927), además de una serie de pequeños artículos y biografías de religiosos, entre mas la Biografía de un prelado: el excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz y Cabañas y Crespo, publicada para celebrar el centenario de su fallecimiento.

Para entonces se perfilaba ya perfectamente la línea de su interés y de su vocación, de manera que al finalizar la década de 1920 abandonaba Guadalajara y también el ejercicio de las Leyes. Además de su interés en la historia eclesiástica, don José Ignacio mostraba curiosidad por los antiguos pobladores de la región de Jalisco y ya en 1927 publicaba sus Breves Apuntes acerca de los chimalhuacanos: civilización y costumbres de los mismos y en 1932, “Los últimos representantes de la raza otomí en Jalisco”, estudios que le inclinarían al estudio de las lenguas indígenas. También se avocó a la investigación de la vida de algunos conquistadores de la Nueva Galicia y de las genealogías de los independizadores Miguel Hidalgo y Costilla y don Agustín de Iturbide.

Al establecerse en la ciudad de México colaboró en la revista del recién fundado Instituto de Investigaciones Lingüísticas de la Universidad Nacional, con artículos como “Notas sobre los idiomas indígenas de Jalisco (1933) y Epítome de raíces nahuas” (1.938), además de presidir en dos ocasiones la Academia de Lengua Náhuatl, desaparecida en 1943.

Para vivir tuvo que ejercer la docencia en diversos colegios católicos y después en la Escuela Nacional Preparatoria y la Facultad de Filosofía y Letras, en donde fue profesor titular de náhuatl. Además impartió otras cátedras: derecho comparado, historia de México y de Jalisco, Etimologías griegas y latinas y Español. No abandonó la docencia sino cuando la enfermedad lo incapacitó en 1969.

En 1938 sus publicaciones y decidido interés por la historia hizo que fuera elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, en cuyas Memorias colaboró constantemente. Después fundaría junto al licenciado Guillermo Romo Celis la Academia de Genealogía y Heráldica, de la que iba a fungir como presidente vitalicio, puesto desde el que inició la microfilmación de archivos parroquiales que útiles le serían para elaborar sus Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara (1957). Esta obra refleja su empeño positivista de no comprometer juicios, remitiendo constantemente a la consulta de los documentos publicados.
En su libro Bibliografía de un octagenario, publicada como una especie de despedida, don José Ignacio reflexionaba sobre las inquietudes que lo habían conducido a escribir historia y mencionaba su deseo de rescatar del olvido hechos, vidas y obras de personajes históricos que la historia oficial había dejado de lado, entre ellas los religiosos y los hechos importantes de rincones de su terruño.

No tuvo la suerte de una muerte repentina, sino que sufrió una larga y penosa enfermedad que finalmente le permitió descansar el 11 de enero de 1981.

Josefina Zoraida Vázquez.