Luis González Obregón

1919-1938

Dicen que Luis González Obregón levantaría del suelo poco más de metro y medio, y que era delgaducho, de hombros encorvados, largos y espesos bigotes, y extraordinariamente miope. Venía de una familia criolla guanajuatense, ciudad en que nació el 25 de agosto de 1865. Cuando contaba dos años sus padres se trasladaron a la ciudad de México, de donde Luis casi no se movería. Siendo estudiante de Preparatoria conoció a Ignacio Manuel Altamirano, quien fue su maestro y despertó en él la afición por la historia. A principios de 1885, un grupo de estudiantes: Luis González Obregón, Ángel del Campo, Luis G. Urbina, Ezequiel A. Chávez, Toribio Esquivel Obregón, Francisco A. de Icaza y otros menos ilustres, fundaron el Liceo Mexicano Científico y Literario, que subsistió hasta 1894. Las reuniones informales del grupo se hacían en la habitación, ya biblioteca, de “Ronzalitos”, o sea Luis González Obregón, como lo cuenta “Micros”. En 1889, cuando el maestro Altamirano se iba de cónsul a Europa, el Liceo lo despidió con una velada, el 5 de agosto de 1889, que debió emocionar al maestro. González Obregón publicó un folleto que recogió los discursos y versos pronunciados en aquella noche, de viejos y jóvenes Ángel de Campo y Guillermo Prieto, Luis G. Ortiz y Juan de Dios Peza, una espléndida carta de Justo Sierra y un discurso de Porfirio Parra, más versos de Manuel Gutiérrez Nájera y Luis G. Rubín, un discurso de José P. Rivera y versos de José M. Bustillos y Enrique Fernández Granados, y en fin los artículos y poesías que se publicaron en la prensa en aquellos días.

Por estos años González Obregón comenzó a publicar artículos en El Nacional acerca del pasado y las leyendas de la ciudad de México, que luego formarían sus grandes libros de esta índole: México viejo (1521-1821) (1900), México viejo y anecdótico (1909), Vetusteces (1917) y Las calles de México (1922 y 1927). Al mismo tiempo, a lado (de esta vena más accesible, realizaba estudios históricos monográficos importantes: Don José Joaquín Fernández de Lizardi (El Pensador Mexicano) (1888), El capitán Bernal Díaz del Castillo (1894), la “Reseña histórica del desagüe del Valle de México”, que forma parte de la Memoria sobre esas obras (1902, t. I), Los precursores de la Independencia mexicana en el siglo XVI (1906) y La vida en México en 1810 (1911).

Los cargos que desempeñó don Luis tuvieron todos relación con los libros y la historia de México. Trabajó primero en el Museo Nacional de Antropología e Historia, donde colaboró con José María de Agreda y Sánchez en el volumen acerca de los conquistadores y primeros pobladores de Nueva España, en la publicación de la Historia de México de Gaspar de Villagrán; y Francisco del Paso y Troncoso le encomendó la recopilación de gramáticas indígenas, que fueron publicadas en los Anales del Museo. En la Biblioteca Nacional dirigió el Boletín y escribió la historia de la Biblioteca (1910).

Finalmente, González Obregón llegó a la institución en la que realizaría una obra de significación cultural, y que le daría en cambio materia para sus libros, el Archivo General de la Nación. Hacia Fines de la época porfiriana el Archivo era un enorme hacinamiento donde los más valiosos tesoros documentales y los papeles intrascendentes estaban confundidos, empolvados y destruyéndose. A Luis González Obregón se le designó director de la Comisión Reorganizadora del Archivo General junto con un equipo más bien heterogéneo en el que figuraban Rafael de Alba, Manuel Puga y Acal, José Juan Tablada y Enrique Santibáñez, poetas y geógrafos que pronto huyeron de aquel trabajo ingrato, entre polvo y escrituras que exigían al paleógrafo. A su salida fueron sustituidos por Francisco Fernández del Castillo, Enrique Fernández Granados y Nicolás Rangel. Y así, con colaboradores sin o con vocación por los viejos papeles, gracias a la tenacidad de González Obregón, el Archivo General de la Nación pasó de ser un amontonamiento de atados de papeles sucios a un centro de investigación histórica, con una clasificación e índices.

La Revolución perturbó estos trabajos, que a pesar de todas las inclemencias continuaban. En 1914, cuando la invasión del puerto de Veracruz por los norteamericanos, Victoriano Huerta que fungía como Presidente de la República, aprovechando el entusiasmo patriótico de cuantos querían defender al país de los invasores, decidió militarizar a los empleados públicos. El historiador González Obregón resultó general de brigada, en atención a que ya para entonces era Director del Archivo, y tuvo que vestir uniforme. El gobierno de Venustiano Carranza le quitó en 1917 el puesto de Director y lo dejó como Jefe de Investigadores e Historiadores del Archivo, cargo que al lado del poeta Rafael López, nuevo director y amigo del historiador, sirvió hasta que su ceguera le impidió trabajar más.

La biblioteca que formó González Obregón fue extraordinaria y concentrada en su mayor parte en las letras y la historia mexicanas. Además de obras de historia muy raras o de ejemplares únicos, logró reunir una colección de calendarios, de folletos de Fernández de Lizardi, de escritores literarios y de viajeros extranjeros en México, biblioteca que fue centro de consulta y de tertulia, sede de la Academia Mexicana de la Lengua, cuando parecía de ella, y lugar en que se fundó la Academia Mexicana de la Historia. Don Luis vendió su biblioteca a Luis Álvarez en 1937, casi en sus últimos días, que concluyeron el 19 de junio del año siguiente.

Antes de González Obregón se veía a los siglos coloniales como una época silenciosa y sombría en la cual las únicas novedades eran los cambios de virreyes y arzobispos, las nuevas iglesias y conventos, actos de violencia e intentos de asonadas. De los libros de don Luis fue surgiendo poco a poco una nueva imagen humana y a veces alegre y pintoresca de aquella época. Este mismo calor, esta manera de reanimar la historia y sus personalidades sobresalientes, mezclando el conocimiento con rasgos de humor e imaginación, esta sensibilidad para recoger tradiciones y leyendas, este enseñar deleitando -que se encuentra también en sus estudios sobre la época de la independencia y el siglo XIX-, son el secreto que hace de don Luis González Obregón un historiador que a todos complace e ilustra.

José Luis Martínez.