Reseña Biográfica (Miembro Emérito)
Ingresé en la Academia Mexicana de la Historia el 17 de junio de 1969. Fui propuesto como miembro de número en ella por los doctores Edmundo O’Gorman, Jorge Gurría Lacroix y José Joaquín Izquierdo. Tuve el grande honor de ocupar la silla que había correspondido a don Atanasio G. Saravia, distinguido historiador de la Nueva Vizcaya.
La historia me atrajo desde los años de mi infancia. Leía cuanto libro caía en mis manos, sobre todo los referentes al pasado indígena y colonial. Desde entonces admiré, entre otros, a Bernal Díaz M Castillo y Francisco Xavier Clavijero cuyas obras encontré en la casa en que vivía, situada por cierto en la calle de Joaquín García Icazbalceta 93.
Concluida la secundaria, estudié en el Colegio de los jesuitas en Guadalajara. Allí se acrecentó mi interés por la historia, aunque me sentí desde entonces atrapado por preocupaciones de índole filosófica. Para mí la filosofía no era asunto de interés meramente académico. Me atraía como camino para encontrar respuesta a preguntas que consideraba ‑y sigo teniendo‑ como de requerida respuesta. Después de la Preparatoria estudié varios años en Loyola University en Los Ángeles, California, de nuevo con los jesuitas. Aprendí varias lenguas; leí los clásicos griegos, latinos, españoles, franceses, ingleses, alemanes y otros más. Historia y Filosofía siguieron siendo mis ocupaciones y preocupaciones primordiales.
Fue entonces cuando leí algunas de las traducciones que el padre Ángel María Garibay K. había publicado, de poemas, cantares, discursos y otros textos de la tradición náhuatl prehispánica. Su belleza y profundidad me cautivaron. Decidí acercarme a cuanta obra ‑crónica, historia o texto- me permitiera ahondar en lo que fue el pasado indígena en el que se habían producido esas expresiones.
De regreso en México con una maestría en artes, con especialización en filosofía e historia, hablé con el Dr. Manuel Gamio, pariente mío al estar casado con una hermana de mi padre. “Chico ‑me dijo‑ debes ir a ver a Garibay”. Con una carta de Gamio me presenté ante el padre. Al principio me trató con cierta dureza pero pronto me aceptó como discípulo. Fue mi «tutor» en los estudios de doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México. Con él aprendí náhuatl y me acerca a los códices y otras fuentes indígenas. Repetiré aquí que mucho es lo que debo a Garibay y a Gamio. Con este último trabajé en el Instituto Indigenista Interamericano y, a su muerte, lo sucedí en la dirección del mismo. Sobre Garibay he escrito en varias ocasiones y en este libro de hecho un esbozo de su vida y obra.
A partir del examen de doctorado en 1956 con la Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes, me he dedicado, casi por entero, al estudio de la documentación en náhuatl y los códices. He buscado el punto de vista «del Otro», en mi caso el de los indígenas, respecto de aconteceres de su pasado prehispánico y de la Conquista y los tiempos coloniales. He trabajado hasta donde me ha sido posible y mis publicaciones dan testimonio de ello.
Me ha interesado asimismo la historia de las Californias y la de la cartografía. También me ha atraído la lingüística, sobre todo en relación con el náhuatl. He dado cursos y seminarios en la Universidad Nacional Autónoma de México por más de treinta y cinco años y cursillos y conferencias en universidades de muchos países y también de nuestros estados. Estudiantes, algunos de los cuales hoy son destacados maestros e investigadores, han concurrido a mis clases. Entre ellos los hay no pocos europeos, norteamericanos, de América Latina y también japoneses e israelíes.
La vida ha sido generosísima conmigo, aunque no me han faltado ataques e improperios de unos cuantos envidiosos. Mi mujer, Ascensión Hernández Triviño, es también historiadora y, sobre todo, es para mí un ángel. Marisa, nuestra hija, cursó y dio feliz término a la licenciatura en historia con una tesis sobre cómo se fue delineando el perfil geográfico de México en la cartografía universal. Buenos amigos he tenido y colaboradores de lealtad y eficiencia extraordinaria. Sólo un nombre mencionaré, el de Guadalupe Borgonio que, en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, me ha auxiliado durante más de treinta años.
Mi propósito es seguir trabajando hasta la muerte. Como soy “emérito” mi vinculación con la Universidad Nacional Autónoma de México perdurará hasta ese momento. Subsisten en mí las preocupaciones filosóficas. Muchas preguntas han quedado sin respuesta pero la filosofía me ha sido una luz incomparable en la comprensión de la Historia. Soy consciente de mis grandes limitaciones. Me duele haber caído en equivocaciones pero me consuela aquello que repetía mi maestro Garibay: «Si Dios, que es infinitamente perfecto, hizo este mundo con tantas deficiencias y erratas vivientes que somos los humanos, ¿qué tiene de extraño que nosotros caigamos en falta, descuidos y errores?”
Mucha alegría me ha dado escuchar varias veces a personas que no conocía antes, y que me dijeron que algún escrito mío les había abierto otros horizontes en la vida y les había hecho sentirse contentos y aún orgullosos de ser mexicanos. Todo lo que pueda realizar en los años que me queden lo haré con el propósito de que expresiones como esa sigan siendo verdad. Me preocupa que mi trabajo contribuya, al menos un poco, al enriquecimiento espiritual de otros.
(Miguel León-Portilla).