Primo Feliciano Velázquez

1919-1953

Abogado, historiador, periodista, nahuatlato, político, guadalupanista, traductor de Horacio y humanista cabal, fue Don Primo Feliciano Velázquez. Nació en el pueblo de Santa María del Río, SLP. el 6 de junio de 1860. Fueron sus padres D. Octaviano Velázquez y Da. María de la Concepción Rodríguez.

Los primeros estudios los llevó en su tierra natal, dando pruebas de su ingenio desde el principio de su vida escolar, cuando ganó su primer premio. Hacia 1866, cuando el ejército francés iniciaba la retirada, pasó por Santa María del Río un batallón de éste. Era la época de los exámenes. Ante la Junta Inspectora, los alumnos y el público, la banda militar de dicho batallón tomó parte en el programa. El más pequeño de los escolares – en estatura y edad – era precisamente D. Primo; pasó el primero, se examinó con éxito ante tan selecta concurrencia y obtuvo su primer triunfo: una moneda de oro.

Antes de que cumpliera los nueve años de su edad, el venerable y culto párroco del lugar, D. Anastasio Escalante, humanista y teólogo eminente, después Rector del Seminario Conciliar y canónigo, lo tomó bajo su dirección, le enseñó latinidad y lo encaminó al Seminario para que allí cursara los estudios profesionales.

Ingresó al Seminario Conciliar Guadalupano Josefino en 1872. Allí cursó las humanidades, filosofía y derecho y allí adquirió la sólida y profunda formación humanística, filosófica y jurídica que lo capacitó para las grandes obras que emprendió después como periodista, escritor y político.

Sus estudios en el Seminario fueron brillantes. Entre otros, en 1878 obtuvo diploma y premio y la mejor calificación en derecho canónico y derecho romano y civil patrio. En el primero lo acompañó en el triunfo D. Juan N. Rucias, quien fue su compañero inseparable en la profesión y en el periodismo. Al siguiente año, 1879 y en las mismas materias, obtuvo la mejor calificación, acto público meritorio, premio y diploma.

Alumno distinguido en el Seminario, fue también distinguido orador. Ahí pronunció sus primeros discursos. En las solemnes distribuciones de premios de los años de 1878 y 1879 leyó sendas piezas oratorias, que vinieron a ser sus primeros impresos.

En 1879 abandonó el Seminario para concluir su carrera de abogado, haciendo en lo particular los estudios que le faltaban. Pero volvió a él. Y el 23 de octubre de 1880, en el mismo Seminario, presentó su examen profesional. Contaba veinte años de edad. Ya recibido como abogado, desempeñó en este plantel las cátedras de latín y derecho civil.

Tres años más tarde se inició en el periodismo. A principios de 1883, en sociedad con D. Francisco de P. Cossío y Peña, fundó el periódico La Voz de San Luis, cuyo fin era promover la celebración del primer centenario del nacimiento de Don Agustín de Iturbide. Colaboraban Manuel José Othón, Ventura Dávalos y Francisco de Asís Castro.

El mismo objeto del periódico -la exaltación de Iturbide- provocó la polémica con los del bando contrario. El otro periódico El Correo de San Luis, correspondió con virulentos ataques y sátiras, a las que generalmente contestaba Don Primo con artículos serios, de fondo o con simples aclaraciones.

El editorial del primer número fue escrito por Don Primo. Esto le valió grandes elogios del famoso Lic D. Ignacio Aguilar y Marocho, director a la sazón de La Voz de Méxco, que lo reprodujo; y fue la ocasión para iniciar una sincera amistad con escritores eminentes, como D. Miguel Martínez, D. Tirso Rafael Córdova, D. José Sebastián Segura y otros.

Para el 27 de septiembre Don Primo y los organizadores de la conmemoración de dicho centenario, prepararon una magna velada. Hubo premios para los participantes en el concurso, Othón compuso la letra del Himno a Iturbide y el afamado León Zavala, la música y Don Primo el discurso. Cuando empezaba el acto, una horda encabezada por “un conocido demagogo» Álvaro J. Álvarez, irrumpió en el Teatro Alarcón disparando y escandalizando. La policía les dio la mano y cerró violentamente el local.

En diciembre de ese mismo año de 1883 y en Venado SLP., contrajo matrimonio con Doña Julia Olivares. De los hijos que tuvieron sólo sobrevivieron Concepción y Guadalupe.

En 1884 resucitó el periódico La Voz de San Luis, pero duró poco, pues en el siguiente mes de enero de 1885 y en unión de los licenciados Juan N. Ruelas, y José Guadalupe Rostro y Ambrosio Ramírez, fundó El Estandarte, periódico que se extinguió en 1912.

El carácter de este periódico, libre, político y de oposición al cacicazgo diezgutierrista, le acarreó no pocas penalidades y desgracias, inclusive la cárcel varias veces, de medio año una de ellas. Por semejantes razones, años después, se refugió en los Estados Unidos. El Estandarte, siempre veraz, en más de un cuarto de siglo, recogió valioso contenido, tanto histórico, como sociológico e informativo.

Aunando a su profesión de abogado y al periodismo el estudio de la historia regional, bien pronto, en artículos y discursos, se cimentó como acucioso, documentado y elegante historiador. En esto lo alentaba el otro gran historiador potosino coterráneo suyo, el Sr. Canónigo D. Francisco Peña, con quien mantuvo una estrechísima amistad.

Consagró lo mejor de su vida al estudio de la historia potosina, y sus principales obras a ella se refieren. Explorando en archivos y bibliotecas y a su costa, sin subsidio alguno, e investigando en los mismos monumentos prehispánicos del Estado, pudo obtener un buen acopio de material para la historia de San Luis Potosí. Una parte de ese material lo dio a conocer en preciada Colección de documentos para la historia de San Luis Potosí, en cuatro volúmenes, editada por él mismo (2a. ed. 1985), y otra parte en la Historia de San Luis Potosí, en cuatro volúmenes también, editada en 1946-1948 y en 1982.

Por sus méritos en la historia y en las letras mereció ser inscrito en el álbum de varias sociedades literarias y científicas. En 1886 fue llamado, a los veintiséis años de edad, a la Real Academia de la Lengua; en 1898, a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; en 1918, a la Antonio Alzate; en 1920, a la Academia Mexicana de la Historia Correspondiente de la Real Española; años después ingresó como socio fundador, en la Academia Mexicana de Santa María de Guadalupe. Al fundarse en San Luis Potosí la Junta Local de Bibliografía Científica, se le eligió secretario de la misma; fue el único que trabajó y quedó como socio correspondiente del Instituto Bibliográfico Mexicano.

Al enviudar en 1890 buscó un consuelo en los estudios. Fue su mejor época. Sin salirse del campo de la historia, a solas, se dio al estudio del náhuatl con sumo éxito. Ferviente guadalupano, tradujo del mexicano el Nican mopohua, que lleva muchas ediciones, y el Códice Chimalpopoca, Anales de Cuautitlán y Leyenda de los soles, obra editada tres veces. Además, devoto franciscano, miembro de la V. O. T. de San Francisco, escribió una documentada y hermosa biografía del Pobrecillo de Asís, (México, 1940); en 1931, apoyado en manuscritos en náhuatl, sacó a la luz Las Apariciones de Santa María de Guadalupe, (2a. ed. 1981), y en 1945 La historia original guadalupana; también tradujo los Anales de Juan Bautista, manuscrito inédito en náhuatl. Hasta donde la edad se lo permitió, diariamente emprendía una caminata desde su casa hasta el santuario de Guadalupe, al filo del mediodía.

Escritor nato, sólo accidentalmente fue político activo, cuando fungió como diputado por Santa María del Río en la XXIV Legislatura local. Por las ocupaciones y por la edad, abandonó primero el periodismo y después la profesión, pero no así la pluma. Recluido en su domicilio, siguió escribiendo. Además de las traducciones en náhuatl, logró otras del latín y del italiano, lengua ésta que leyó extensamente cuando se documentaba para la biografía de San Francisco. Concluida la redacción de la Historia de San Luis Potosí, concursó en el certamen que abrió la Academia Mexicana de la Lengua con motivo del centenario cervantino y presentó un magnífico trabajo: «Los biógrafos y los críticos de Cervantes» que mereció mención honorífica, y en la Academia Mexicana de la Historia presentó un trabajo sobre D. Joaquín García Icazbalceta. Finalmente, a la avanzada edad de noventa años, sus ojos no cansados de escudriñar el pasado, se hundieron en el estudio del conflicto religioso, y así escribió La Revolución y los Cristeros.

Desde 1945, agobiado por la edad y los trabajos, empezó a retirarse del mundanal ruido. Meses antes de morir se recogió en la cama, conservando su plena 1ucidez pasaba el tiempo leyendo novelas policíacas. Vino a morir el 19 de junio de 1953, a los pocos días de cumplir los noventa y tres años de edad. Al día siguiente su cadáver, con las ropas de terciario franciscano, fue llevado al templo de la Tercera Orden de San Francisco para las honras fúnebres. Hoy sus restos yacen en la Catedral potosina.

Hombre de su tiempo, sintió en carne viva las injusticias de su época y luchó contra ellas mucho antes que los precursores de la revolución; en su periódico, que marcó el tránsito del periodismo antiguo al moderno, promovió la justicia social, no sólo las letras y las ciencias. Dio a conocer muy importantes documentos de tal tema y participó en algunos congresos «sociales». Soportó con valentía la persecución oficial, pero no se doblegó ni ante la cárcel. Su inolvidable figura -baja estatura, frente amplia, ojos pequeños y vivos, aire bondadoso y paternal- ocupan siempre uno de los primeros lugares en las letras nacionales.

Rafael Montejano y Aguiñaga.